Por fin dejamos la ciudad ferrominera y nos subimos a la avioneta que nos llevaría al sur del Orinoco, hacia la región de Amazonas. Por cierto, esta avioneta fue el único vuelo que salió a su hora en todo el viaje.
Tras una hora y pico de sobrevolar ríos, lagos y sabanas, llegamos a la vista de los fantásticos tepuyes y al Parque Nacional Canaima.
En el poblado pemón de Canaima nos llevamos una gratísima sorpresa: la civilización ha llegado hasta la selva en forma de música.
Tuvimos el placer de pasear por las cascadas que rodean la laguna de Canaima. La cascada del Sapo se visita por arriba y por dentro !
Hicimos amistad con nuestro magnífico guía Vladimil, y con el profesor de música Juan Carlos, con quienes realizamos la esplendorosa expedición al Salto Angel.
El Salto Angel (no 'el salto del Angel') fue descubierto por un aviador aventurero, Jimmy Angel, buscando una mina de oro a cielo abierto que creía haber vislumbrado en la cima de un tepuy. Posteriormente se estrelló en una de las cimas y allí permanece su avión, ¡ Que se puede visitar si te atreves!
La expedición partió en curiara desde la laguna superior de Canaima, y pronto tuvimos que bajarnos para pasar unos rápidos: la tripulación indígena con la canoa y nosotros caminando por la Sabana Mayupa.
El recorrido en curiara por el río Carrao y posteriormente su afluente el Churrún, internándonos en el Cañón del Diablo en el complejo de Auyan Tepuy, ha sido una de nuestras experiencias vitales más plenas.
Los farallones verticales de los tepuyes y la muralla vegetal eran abrumadores
Todo resultaba inmenso, salvaje, primitivo y remoto. La vegetación se superponía en capas y por todas partes aparecían bolas de arcilla que eran nidos de pájaros e insectos.
Nada era normal. La enorme altitud de los tepuyes, la exuberancia de la vegetación, ¡ Hasta el color del agua!
Tras unas horas de navegación encontramos un alfuente que vertía al Carrao en forma de cascada.
Por fin nos aproximamos al Cañón del Diablo y a la vista del Salto Angel. Pero aún nos quedaba recorrer un tramo de selva.
Tras subir a un risco entre raíces podridas y bromelias, nos nos asomamos por fin a una vista asombrosa, con una perspectiva hacia el cielo que se distorsionaba por la elevación majestuosa de la cascada. Aquella impresión sólo pertenece al corazón de quienes lo han visto.
La cascada se precipita desde su reino prohibido en lo alto del colosal tepuy, y se esparce pulverizada en un valle inaccesible que recoge las aguas en un furioso torrente. Las cascadas secundarias tienen cientos de metros de altitud, pero el chorro principal, que en esta ocasión llevaba tanta agua que caía doble, tiene casi mil metros de alucinante desplome. Es tan elevado que al mirarlo parece elevarse, alejarse hacia el cielo en un fenómeno óptico, y es imposible apreciar la distancia por falta de referencias visuales.
Existen tomas desde aeroplanos que reflejan las verdaderas dimensiones del coloso. Da cierta tristeza verlo en una postal, pues en el lugar nos embargó una euforia reverente teñida de cierta inquietud, ¡ Somos tan pequeños!
Después de esto nos recogimos en la camaradería de nuestro entrañable grupo y en lo mundano del campamento en la selva.
Nuestro campamento se situaba en la isla Ratón, justo enfrente del Salto Angel.
Tras una bellísima velada de campamento, hablando de historia, de música, de política y de aventuras en la Gran Sabana, nos dedicamos a contemplar las estrellas tropicales acompañados por una pareja de loritos que allí dormían, y tuvimos la simpática experiencia de dormir en hamacas con mosquitera.
La hamaca me ayudó a levantarme al alba para contemplar los primeros rayos del sol iluminando la cascada. Se crea o no, mientras realizaba este dibujo un arcoiris impresionante enmarcó el tepuy.
Aunque lo inicié en solitario, enseguida apareció Vladimil, que puede haber realizado este viaje doscientas veces pero tiene la sensibilidad de no perderse jamás este amanecer, luego Miguel, luego Juan Carlos, Raquel ... hasta que toda la expedición se reunió para hacernos fotos en el majestuoso paisaje.
Depués embarcamos de nuevo y regresamos, impresionados.
De regreso a la laguna de Canaima, Vladimil nos tomó esta foto de grupo.