martes, 7 de septiembre de 2010

Chichiriviche




para llegar a Chichiriviche desde Mérida...  hay que desearlo.  Es un viaje de unas diez horas que se convirtió en uno de dos días porque se cayó un camión rompiendo un puente.  Por el camino alternativo, vía San Felipe, vimos la inmensidad de los llanos, árboles gigantes,  ceiba, samanes, rebaños de vacas y de búfalos e infinidad de aves.




Por fin llegamos a la mítica Chichiriviche y nos dedicamos a visitar los cayos. Cada día un cayo, hasta que caímos agotados. 

 


Para visitar un cayo se negocia el precio con el barquero, y la hora de recogida, y se lleva una nevera hasta arriba de hielo, bebidas y algún bocadillo. No te olvidas de la crema de protección solar y de las gafas de snorkel,  y dejas las preocupaciones en el continente.


Cayo Sal
El ambiente es de dulce indolencia. Dado que las aguas están tibias, limpias, transparentes, tranquilas y hermosas, todo el mundo se baña con su copa en la mano a charlar y disfrutar del leve paso del tiempo.  Cuando te acabas la copa, vas a la orilla a por más. Como conduce el lanchero...


En cayo Sal pudimos experimentar la flotación en una laguna salada. Puedes permanecer sentado con el torso fuera del agua, flotando.


Cada cayo es distinto. Cayo Sal era una fiesta del buen rollo, parecía el Ganges.  Sin embargo Cayo sombrero era una belleza caribeña de palmeras y pelícanos.


Cayo sombrero desde el arrecife
Disfruté especialmente haciendo este dibujo,  y aquí está la prueba de que no me lo inventé:



Entre cayo y  cayo nos dedicamos a la buena vida de las parrilladas, las arepas y las cachapas. También hubo tiempo de cazar los cangrejos que se cruzan en la carretera.






Una tarde contemplamos una boda que se celebraba en la playa en una bella atmósfera de luces y reflejos del atardecer.








El más hermoso viaje fue a Cayo Borracho, porque está integralmente protegido (anidan tortugas) y no se permite el alquiler de sombrillas, vendedores, etc.


 

Para llegar usamos una sola lancha y desembarcamos como auténticos colonos. Llevávamos hamacas, sábanas para la sombra, dos neveras...

El lanchero Jesús fue el único que nos ofreció llevar a los doce (quince con los niños) en una sola lancha. Con él habíamos visitado las cuevas del Indio y de la Virgen . Cuando no lleva turistas pesca tiburón pequeño (cazón).
En Cayo Borracho la belleza del mar era impresionante. Ese azul anhelado está allí puro, imposible, y se nos quedó metido en la retina para siempre.

Me senté en un extremo del islote y dibujé lo que veía:

A mi izquierda


Delante


y bajo la superficie





De este cayo regresamos borrachos de mar.


 



Fueron unos días de compartir alegremente la belleza del Caribe y del Parque Natural de Morrocoy, esos días luminosos que cuando se comparten en grupo dejan un poso de reconciliación con el género humano y de nostalgia infantil.


La tropa de Chichiriviche











No hay comentarios:

Publicar un comentario